ESTE ARTICULO FUE TOMADO DEL PERIODICO HOY DEL 29 AGOSTO 2007
Aunque nací en San Francisco de Macorís, mi primera patria chica fue La Penda de La Vega, donde vivían mis abuelos maternos, en el mero corazón del Cibao, esto es, en la confluencia de Santiago, Moca y La Vega. Allí, he heredado unos terrenos, parte de los cuales podría dedicarlos a la fundación del "Honorable Club de los Pendejos".
En este club tendrían cabida numerosos proyectos de desarrollo y bienestar comunitarios y para empezar se muy bien que contaría para presidente-fundador con mi muy estimado Manuel Ulises Bonelly, un santiaguero cuyos aportes desinteresados al municipio de Santiago y al país no caben en este pliego.
Sería un club exclusivo, porque se requiere de gentes de duradera virtud, que no se desanimen porque muchos desagradecidos vayan a beneficiarse de los proyectos del club; en realidad, gente dispuesta a atajar para que otro enlace. Para empezar, no deberemos aceptar allí a nadie a quien le preocupe si otros lo consideran o no un tonto; tampoco a personas que se resientan porque las están tomando de p. y rían de ellas.
Sin duda que allí no cabe quien piense "que este país se embromó", que todo está perdido, que no vale la pena luchar o siquiera preocuparse por nada. Especialmente porque los que así piensan son desertores en potencia, conspiradores al acecho de que alguien les pique un ojo para traicionar los propósitos de nuestra ilustre "sociedad".
Tengo conocidos a los que les advierto que ni se presenten a enrolarse, personas que, por ejemplo, han estado en un cargo público y salieron sin riqueza y que ahora se sienten ser unos tontos. Esos son doblemente perdedores: cuando eran más jóvenes fueron miedosos de tomar lo ajeno y ahora, más viejos, ni tienen la oportunidad, ni el dinero, ni tienen la honra del deber cumplido; porque se abstuvieron por cobardes.
Nuestra congregación será de triunfadores, gente que no necesita fortuna (y menos, mal habida) para saberse afortunada; que sabe alegrarse en el bien ajeno. Pero eso sí, se trata de las gentes más ambiciosas que hay en el planeta, que sólo quiere para sí lo mejor, lo excelso, lo que dura para siempre: gente que quiere la gloria, pero la que hay en el cielo, la que da la bonhomía, la práctica del amor a Dios y al prójimo. No esa bagatela de éxito que se adquiere en los mercados, ni la fama perecedera que se adquiere con falsías e imposturas. Nuestros asociados no pueden ser partícipes de entidades de dudosa reputación, es decir de aquellas cuya matrícula está compuesta no sólo por desfalcadores conocidos, porque de esos no hay duda de lo que son, sino de aquellos que aún se hacen pasar por gentes de honor.
Entre nuestros miembros habrá, eso sí, gente sencilla, trabajadora; gentes de las iglesias, pero de las que seriamente andan buscando, no tratando de manipular a Dios; ni de aparentar, ni acallar sus atormentadas conciencias. Incluso, si ha sido empleado público habría que hacerle la prueba de una segunda vez, a ver si pueden sobrevivir honestos a pesar de todo lo que lo criticó su mujer o cualquier amigo por haber sido un tonto la vez anterior. Hay familias enteras que nunca le han perdonado a su padre haber pasado por un cargo y no haberse hecho de dinero. Para soportarlo una segunda vez hay que ser verdaderamente íntegro.
Lamentablemente no podremos admitir a buenos amigos que nunca han robado ni lo harán jamás, pero, amargados, nunca se han librado de esa sensación de ser unos p.
Miembros del Club de los Pendejos serán aquellos que nunca tuvieron necesidad de buscar beneficios ilícitos, que prefirieron los éticos y espirituales. Son los verdaderos triunfadores, los héroes morales, los que quieren una lápida que diga:"Aquí yace un justo, servidor de Dios y los hombres". Gentes que tres días antes de morir se reirán a carcajadas porque verdaderamente han triunfado, viendo cómo se despeñan al Seol los que equivocaron el Camino, mientras dicen con alegría y gozo: "...prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús."(Filipenses 3.14)
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